¿Te consideras inteligente? me imagino que en este momento haces un recorrido por
tus habilidades lógico-matemáticas, de lectura, de tus logros académicos o tal
vez, recuerdes el resultado de algún examen en el que evaluaron tu Coeficiente
Intelectual. Y ahora, contéstate a ti mismo con honestidad: ¿soy emocionalmente inteligente? Sé
que encontrar una respuesta clara y sincera no es fácil, ya que la mayoría de
las personas, sobre todo los adultos, creemos que la madurez o el manejo de las
emociones es un derecho que se gana o se merece con los años, corriendo
el riesgo de jamás alcanzar una verdadera Inteligencia Emocional.
A diferencia de
los sentimientos (que son elaboraciones procesadas por la mente), las emociones
son netamente biológicas (Filliozat), nacemos con ellas de forma básica: miedo,
alegría, tristeza, enojo y afecto. La palabra emoción está formada de la raíz latina “motere” del verbo mover y del prefijo “e” que indica alejarse o “movimiento
al exterior”. Por lo tanto, la semántica misma de la palabra explica que toda
emoción lleva implícita una tendencia a actuar. Si reprimimos nuestras emociones, éstas nos oprimen, nos enferman, o más
tarde nos generan conductas desproporcionadas e impulsivas, dañándonos a
nosotros mismos y a los demás.
Sentir emociones es perfectamente normal y además tenemos todo el derecho a experimentarlas, sin embargo, como ya lo había dicho Aristóteles sobre la furia: “Cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil; pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, por el motivo correcto, en el momento correcto y de la forma correcta, eso no es fácil.” Esta cita puede referirse a todas las emociones humanas.
Sentir emociones es perfectamente normal y además tenemos todo el derecho a experimentarlas, sin embargo, como ya lo había dicho Aristóteles sobre la furia: “Cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil; pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, por el motivo correcto, en el momento correcto y de la forma correcta, eso no es fácil.” Esta cita puede referirse a todas las emociones humanas.
Goleman, afirma
que el Coeficiente Intelectual (el que se mide con el famoso IQ) sólo determina
un veinte por ciento en los logros en la vida de un ser humano; este autor ha
encontrado que el ochenta por ciento faltante para que esta ecuación dé como
resultado un éxito verdadero en la vida, es proporcionado por el Coeficiente
Emocional. No todos nacemos con la capacidad de manejar con destreza nuestras
emociones, pero ¿sabes qué? sí podemos aprenderla.
Las personas emocionalmente
inteligentes, sinceramente, sobresalen, nos caen bien y las respetamos, podemos
observar que son bienvenidas en casi todos lados, apoyan a los que los rodean,
reconocen y aceptan sus emociones, las manejan sin herir y sin dejarse herir;
se levantan de los golpes de la vida, son eficaces en su trabajo y en sus
relaciones personales. Estas cualidades les proporcionan ventajas en cualquier
aspecto de su vida ya que tienen más probabilidades de sentirse satisfechas,
plenas y de alcanzar sus metas.
Si piensas que
necesitas aumentar tus niveles de inteligencia emocional, puedes iniciar con un
trabajo interno y personal: ejercita la consciencia de tus emociones en el
momento que aparecen; identifica en qué parte de tu cuerpo se refleja dicha
emoción (cabeza, estómago, piernas, brazos, piel, etc.). Ponle un nombre a lo
que sientes (enojo, ira, alegría, tristeza, miedo). Trata de encontrar qué fue
lo que desencadenó tal emoción, para que puedas descubrir tus
necesidades. Te recomiendo que con inteligencia y mucha voluntad tomes la
decisión de manejar tú mismo esa emoción, para que ésta no te domine y te
lleve a actuar de forma poco constructiva. Descubre dentro de ti los motivos
que justifiquen un verdadero cambio en tu interior, en el empleo de tus
emociones y tus reacciones cuando éstas aparecen.
Auto-motívate a través de la
búsqueda de los valores que mueven y le dan sentido a tu vida.
La siguiente parte en este crecimiento personal involucra tus relaciones con los demás. Es muy importante que empatices con las personas alrededor de ti antes de reaccionar, no las enjuicies por su comportamiento y mucho menos interpretes a priori sus acciones. Recuerda que todas las personas tenemos una historia y por lo tanto, nuestras actitudes o palabras no van dirigidas a ti, no pienses que todo el mundo tiene un asunto personal contigo, simplemente, los demás actuamos según el manejo que le damos a nuestra propia historia. Cuando logres ponerte en los zapatos de los demás, entonces podrás decir lo que piensas y sientes de manera asertiva; así sabrás pedir lo que necesitas sana y constructivamente.
Por
Amalia Osorio Vigil
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