En plena juventud, hay grandes
proyectos e ilusiones, se cree que el amor es algo superficial, inmediato, que
surge y se escapa con facilidad. No es así, no es fácil, el amor, el amor verdadero, el que dura y hace
feliz. Cuando el amor se toma a la ligera, se fundan hogares sobre arena,
y a la menor tormenta todo se viene abajo. El error está en que no se prepara el
matrimonio y esa etapa de preparación se toma como un juego o como algo
pasajero.
Para prepararse en el mundo de
los negocios se necesitan años enteros entre clases y libros; y se lanzan algunos al negocio
de la vida a ciegas, con ligereza. El negocio más serio y decisivo de una
persona es la construcción del
propio futuro junto a
quien ha de compartir todas sus horas, sus penas y alegrías.
Un fracaso en la carrera o en
una inversión fuerte es duro y triste; pero siempre se puede uno reponer. El
fracaso en el amor, en la realización de la propia familia puede teñir de tristeza toda la
vida.
El
noviazgo debe ser una escuela del amor. La escuela en la que dos personas se conocen a
fondo y aprenden a amarse de verdad, a desprenderse de sí mismos para darse al
otro y dar vida a otros, sus futuros hijos. Uno de los mayores errores en torno
al noviazgo, al matrimonio y al amor en general, es separar las diversas dimensiones del ser humano o, peor aún, reducirlo a alguna de
ellas.
El amor incluye la dimensión física de la persona: instinto
sexual, configuración genital, atracción corporal, capacidad de gozar del
placer sexual, etc. Pero el hombre es mucho
más que todo eso, es también espiritual.
El amor humano se podrá
entender sólo cuando se comprenda que es una donación de una persona en su integridad físico-espiritual a otra
persona querida integralmente, precisamente en cuanto persona, y no en
cuanto cuerpo solamente.
Cuando se ama, hay una enorme
gama de sentimientos que se despiertan o refuerzan en el interior de la
persona: fascinación, admiración, compasión, respeto, tristeza por la ausencia
del amado, ternura… Pero es un error confundirlos con la esencia del amor. Los
sentimientos acompañan al amor,
no son el amor, son el resultado de influencias previas,
ajenas a la libertad de la persona, hasta el punto de que muchas veces no
conocemos su verdadera causa: ¿no han experimentado ustedes nunca la extraña
sensación de sentirse tristes y decaídos, sin comprender exactamente por qué?
El amor es donación, debemos
guiarnos ante todo por nuestras facultades espirituales, inteligencia y voluntad. La inteligencia, como capacidad de captar la
realidad de las cosas, nos hace posible conocer de verdad a la persona amada.
Sin ese conocimiento no puede existir el verdadero amor.
El amor es, esencialmente, una
adhesión de la voluntad. Voluntad libre de una persona que conoce a otra, la
valora en su integridad, la acepta como es, y establece con ella una relación
especial de mutua donación.
El enamoramiento es un paso
hacia el camino del amor, pero sólo podemos amar lo que conocemos, no basta
saber quién es el otro, dónde vive, quiénes son sus padres, etc. Es necesario
conocerlo bien como persona. El enamoramiento suele despertar la imaginación;
con gran facilidad comienzan a surgir sueños ideales y no hay nada de malo en
ello. El problema surge si uno no se da cuenta de que los sueños son irreales y
no quiere plantar los pies en la tierra, cuando el corazón y la imaginación
andan por las nubes.
El noviazgo es una
preparación, no un juego. El amor verdadero lleva al deseo sincero de superarse
como pareja, de crecer en el amor, lo
importante en el noviazgo no es estarse mirando tiernamente uno al otro, sino
mirar ambos hacia el futuro.
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