Hemos hablado de los
elementos necesario para mantener un matrimonio feliz, la autonomía, que es el
enriquecimiento personal para donarlo al otro, y la máxima expresión de la
capacidad de amar; la empatía, que es el ponerse en el lugar del otro, nos
permite conocer a la pareja, y es sinónimo de amor incondicional; finalmente
está la “reciprocidad”, que es la relación que nace de la síntesis creativa de
la autonomía y la empatía y donde el amor maduro alcanza su perfección. Denota intercambio, entrega, donación, pero al
mismo tiempo apertura para recibir e incondicionalidad; su objetivo es afianzar
el vínculo de amor y fortalecer el “nosotros”. Este concepto es dinámico, pues
implica la vida misma, que se adapta a los cambios naturales de la vida, se
rige fundamentalmente por el amor, la voluntad e inteligencia.
La reciprocidad tiene tres
elementos a fortalecer que son: la comunicación; la solución de conflictos; el
perdón y reconciliación.
La comunicación es vital, y
debemos considerar que somos como pareja diferentes, el mundo masculino y
femenino se complementa en todos los aspectos, físicos, mentales, emocionales e
incluso en la forma de la espiritualidad y religiosidad, partiendo de esta
realidad, debemos respetar estas diferencias y no suponer que el otro adivine
nuestro interior, es mejor hablar clara y llanamente de lo que queremos,
sentimos, pensamos, sin agresión o escudo protector.
La solución de conflictos es
un apartado largo, pues implica muchos aspectos de la pareja, la familia, el
crecer de los hijos, prioridades de la familia, gastos, etc. Pero siempre es
importante rescatar en la relación, “el nosotros” que se enriquece día con día,
y para ello es crecer en paciencia, respeto, justicia, pero sobre todo debe
prevalecer el amor, que aunque parezca frase trillada, lo perdona todo, lo
tolera todo, espera sin límites, no se engríe…el amor no pasa nunca.
Este
perdón, es el último elemento, y al
otorgarlo se da la lección más importante en la vida de pareja y el legado más
preciado para los hijos, pues fomenta la confianza, la humildad, aumenta el
vínculo de amor personal y familiar, que
cuando trasciende la familia, fortalece a la misma sociedad, además de que el
perdón genera paz. Por último este perdón debe acompañarse de la
reconciliación, que es la respuesta sanadora a la ofensa recibida, es el
olvidar la ofensa, evita el resentimiento y sobre todo la venganza, es crecer
ante el dolor y adversidad, por lo tanto es sinónimo de maduración del amor.
Espero que esta reflexión
sea de su utilidad, espero sus comentarios y sugerencias en: rebeconde4@yahoo.com.mx
Por: Rebeca Conde de Salgado
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